Bajofondo

Author: Ilá Al-wálad /


Caen las hojas, crece la maleza, los frutos se pudren en el suelo. Todo gira. Ciclos de vida, virtud y vicio. Está sentado a la sombra de una datura y sus pensamientos se incendian, pues quien nada teme ni busca perdón, ¿presa de qué extraño cavilar puede sucumbir? Descansa tranquilo, sabe que este tiempo le pertenece, pues disfruta plenamente de su voluntad desde aquella tarde en que se decidió por fin dejarse de tonteras y enfrentarse, claro que esta vez sin el afán de destruirse, sino más bien, de seducirse a concho para romper el cascarón.

Todo solitario es sospechoso, y el ejemplar que tenemos a nuestro alcance no escapa a la norma.

Es tarde y no se ha movido de la sombra. Sigue meditando extático por fuera, un puro caos por dentro, respira palabras y se hunde. Carne, fuego, prisa. Deudas. Decadencia, tiempo, salida, misterio. Tropieza con su yo ensanchado, se manda un gesto despectivo y lo reduce nuevamente a sí mismo. Vanidad, honor, orgullo, miseria. Un cuervo desciende por la nuez que ha perdido o que ha lanzado. Rapiñas, angustias, taras, desgaste. La buganvilla púrpura de enfrente lo distrae por un segundo, sus flores se deslizan por el tiempo cuales copos de nieve provocadores. Avalancha, enjambre, zumbido, súmmum.

La narración va suprimiendo lo narrado, la ascesis de su pensar se ahoga en una meditación sin sentido. Pero el estar le provoca estar, y persistir, corromper y silenciarse anónimo en la multiplicidad de identidades, ¿cuantos otros malignos amados idos? Sin embargo, la ausencia clama por piel y roce y fuego y el no contacto lo trae de vuelta a la realidad. Abre sus ojos y sigue allí, una flor medio roja medio blanca se desvanece en la inocencia que su belleza despotrica.

Entre el loco y el ermitaño hay un abismo en el sentido más satánico del término. La morada de las brujas lo llama, en le huerto crecen ratas y sapos, arañas y culebras, así como también extrañas especias para el deleite de los encantados. Manejan con destreza de malabarista y paciencia de niño hiperactivo el poder de lo desconocido.

Le hablan a Él, no puede ni debe negarse, y es perfecto por que las desea y sonríe maliciosamente mientras se busca en el espejo del jardín y se encuentra y es penetrado por una alegría insofocable. Todo esto en cinco segundos mientras se deshace del hastío andando por los extraños entrecruces que los diferentes planos de la realidad le permiten vivir.




Se reincorpora sin resentimiento y continúa podando criterios, destruyendo conceptos a la par que divisa más mugre que levantar y empacar para que sea retirada por el encargado municipal del aseo. La simpleza lo mima, y así, como en cinco segundos construyó cual diosa pagana un universo insolente, repite para sus adentros no pensar, no pensar, obrar por instinto, olvidar y estar.