Estamos sentados en el patio, entremedio el desorden cotidiano. Ella lía y yo la espero sediento de humo. Qué hora es –pregunta mientras se asoma por entre los matorrales la luna llena. Las 10 respondo al toque con la seguridad de un charlatán. No puede ser, me dice tratando de enderezar la patraña. Te apuesto. Pero por deporte. Vale, te apuesto el desayuno. Bueno, pero si yo gano, tu cambias las sábanas. De acuerdo. Entonces qué horas son. Las diez y media.
Tienes fuego. Toma. Lo prende y el humo ahoga nuestras especulaciones. Cacha que hoy trabajé en la casa de Miriam, la mujer del ministro. Ah sí. Sí. Y cuando llegamos el guardia me pidió el pasaporte, qué cuático no. Y para qué. Yo cacho que por seguridad. El tipo está medio día sentado en una caseta que está en la entrada. Debe ser aburrido ese trabajo. Depende, es bueno para un lector. Claro, si es que tienes la paciencia de despacharte un libro al día. Por supuesto. Y le pregunté por lo que estaba leyendo y me nombró a un ruso, en ruso, que él leía en ruso y no lo reconocí. Me dijo que era nuevo, le pregunté si es ciencia ficción y me dijo que no, de detectives. Ah, toma, está apagado. Tienes fuego. Toma.
Ella está segura que ha ganado y yo estoy seguro que tendrá que cambiar las sábanas -mis últimas sábanas limpias. Después de un rato le pregunto si quiere que vaya a ver la hora y me dice para qué, si ya gané. Y me paro y voy y veo el reloj y sí. Y vuelvo y le digo perdiste. Y se ríe y me río y me dice: tú perdiste. Toma. Fumo confabulando y continúo. Qué te estaba diciendo, del detective. Ah, sí, del ruso.
Estoy sentado en un jardín y Tamir mi jefe bailarín de flamenco chacharea con la mujer del ministro. Ella como que no está de acuerdo con la cantidad de plantas –son muchas, demasiadas- que hemos colocado en su nuevo jardín. Y Tamir trata de engrupírsela y Adí está sentado en una jaba de plástico y yo echado en el suelo preparando la escena.
Según el ruso, el libro empieza así. Un hombre observa la conversación de la mujer del ministro con un tipo en un jardín. El asesino se avalancha –en todos los policiales hay un asesino ¿no?- sobre la mujer y le clava 19 puntazos con un chucito casero que el terrorista árabe hizo tranquilamente en su casa la noche anterior, mientras hacía extrañas apuestas con su compañera.